Cuando lo buscas, no lo encuentras

No puedo establecer un porcentaje — no me he dado a la tarea de calcularlo –, pero puedo decirles que a la mayoría de mis pacientes deprimidos los une un factor común, y es justamente la soledad. O más precisamente, la soledad de pareja; el deseo apremiante de tener a alguien a quien amar, y para quien, a su vez, ellos sean ese mismo deseo, ese mismo amor, «el amor de mi vida».

Algunos tienen 35 años, otros 36, algunos más 40, e incluso unos pocos están en la década de los 20, la cuestión es que todos se mantienen “en la búsqueda” por el amor de sus vidas.

Pasan por desengaños, intentándolo cuantas veces les sea posible; van a bares, entran a páginas de internet, navegan en facebook, le piden a sus amigos que les presenten otros amigos, ingresan a gimnasios, a cursos de inglés, de francés, de cocina… y el resultado siempre es el mismo: desamparo. ¿Dónde está? ¿Por qué no lo encuentro? Y en no pocas ocasiones, cuando creen que lo han hallado, y sin embargo se acaba, la pregunta se convierte en un ¿por qué no se quedó? ¿qué hice mal? ¿o qué hizo el/ella mal?…

Vamos por partes.

En realidad, no creo que exista un ser humano que no necesite la compañía de una pareja, y muchísimo menos, de su amor. De la vida, la psicoterapia, el psicoanálisis, y el Tao, he aprendido que el mundo parece estar construido en pares u opuestos complementarios, y de ahí a la simple deducción de que todos requerimos de la compañía de alguien más, se llega fácil. Dicho así, y visto así, no debería haber razón alguna por la que la búsqueda del amor de nuestras vidas no debería ser el objetivo más importante de nuestra existencia, pues se trata de la vía, por excelencia, de alcanzar la felicidad, ¿cierto?

No. Creo que no, porque para empezar, buscar al “amor de nuestra vida” es un gravísimo error, primero que nada, de definición. Pero antes de detallar eso (que mejor voy a dejar para el final), hay otra cosa, más importante.

No solo no soy fan de John Lennon, ni de los Beetles, sino que ni siquiera me gustan sus canciones… pero ineludiblemente, en este tema, él lo dice mucho mejor, y con más elocuencia, de lo que lo haría yo en mis mejores días, y al genio hay que reconocerlo: “They made us believe that each one of us is the half of an orange, and that life only makes sense when you find that other half. They did not tell us that we were born as whole, and that no-one in our lives deserve to carry on his back such responsibility of completing what is missing on us: we grow through life by ourselves. If we have a good company it’s just more pleasant.” Este, pues, es el meollo de nuestro artículo, la razón por la que decidí escribirlo.

El amor de otro ser humano es una necesidad, y si, puede ser un complemento, un apoyo, un alivio en los malos ratos y alegría en todos los demás, pero en ningún momento he dicho — ni ninguna teoría psicológica seria que conozca –, que estamos incompletos, que otra persona es la única responsable de llenar nuestros huecos, y que solo al lado de alguien que nos quiere podemos vivir la vida a plenitud. En cambio, la forma en la que hoy por hoy se busca a la pareja pareciera seguir justo esa dinámica; la dinámica impuesta por cientos de canciones y poemas bonitos, pero en última instancia, absolutamente irracionales: “sin ti, me muero”, “sin ti no soy”, “la vida no tenía sentido hasta que llegaste tu”, etc., etc. Lennon estaba en lo correcto: no somos mitades.

Somos completos, estamos completos, y es justamente porque nos percibimos incompletos, que buscamos afuera, incesantemente, lo que creemos que no tenemos, o somos, nosotros mismos. Es, también, la razón por la que no lo encontramos. Tanto nos esforzamos por que alguien nos llene, que dejamos de hacer lo necesario, primero, por sentirnos llenos, felices, satisfechos. Tanto buscamos que alguien cubra lo que nosotros deberíamos haber cubierto antes, que nunca nadie lo logra. Y sobre todo, tanto buscamos que alguien nos de, que perdemos de vista que al amor se le encuentra dando.

Al amor se le encuentra dando…

Así que haríamos bien en dejar de pedir, en dejar de exigir… a la vida, a dios, al universo, a los otros, que nos ponga a la pareja en nuestro camino, que cubra todos nuestros huecos, y en cambio, ocuparnos en hacer lo que amamos, y al hacerlo, dar un poco, dejar un poco de nosotros, allá afuera. En enriquecer nuestra vida… En ocuparnos, en servir. En perseguir nuestra pasión y hacer de nuestra vida algo mejor cada día. Cuando perfeccionemos nuestro espíritu, nuestra consciencia, y nos encontremos haciendo lo que nos llena y nos hace sentir íntegros, útiles, completos y felices, entonces y solo entonces, tendremos la paz suficiente para volver la vista a nuestro alrededor y percatarnos de que hay mucha gente, ahí, que puede amarnos, y que muy probablemente éramos nosotros los caprichosos, los hambrientos, los insaciables.

Entonces podremos abrir los brazos, y recibir, justamente porque hemos dejado de buscar. Lo que nos complementa no es lo que llena los huecos que creemos tener. Lo que complementa es lo que acompaña, asiste, y enriquece, y a eso no se le puede encontrar “buscándolo”, sino, por el contrario, caminando el camino, por donde hay otros, como nosotros, que también caminan, en la misma dirección, y a los que les encantaría que les hiciéramos compañía.

Y ya por último… “el amor de nuestras vidas” solo se encuentra cuando somos viejos, muy viejos, y estando al lado de la persona que nos ha acompañado hasta el borde de la muerte, alzamos la vista y le decimos “ah, sigues aquí…”. El amor de nuestra vida lo es porque ha estado con nosotros toda la vida. Si alguien no está a tu lado ahora, en este momento, es porque no es el amor de tu vida. Así que deja de pedir algo que no tienes razón de tener, y ocúpate en cultivarte a tí mismo. Lo demás, llega a su debido tiempo.

http://www.humanamente.com.mx